Han de asarse como los pollos, albardados con una hoja delgada de tocino, y como los pollos, con las patas estiradas y sujetas en la varilla o lanza del asador para que no se doblen.
La cabeza y el pescuezo de la perdiz roja asada, por lo bonitos que son, se conservan con todo su plumaje, para lo cual se envuelven muy bien en papel grueso bien mojado para que las plumas no se quemen.
Luego, es fácil arreglar el ave en
una fuente con cañitas invisibles, que mantienen la cabeza erguida
como si el pájaro estuviera vivo y escondido el cuerpo en la maleza.
que se simula con los berros que envuelven totalmente la carne asada. bien
rociada con su propio jugo.
Angel
Muro
El
Practicón
Tratado
completo de cocina al alcance de todos y aprovechamiento de sobras.
Madrid,1893