Fuman
el indio y el charro,
Gil Blas
y el conde de Cabra,
y no se
dicen palabra
del origen
del cigarro.
Mujer, empero,
y varón
habrán
en pintura visto
un hombre
que baja listo
del cielo
con un hachón.
No le representan
feo,
no lleva
casi ropaje,
moda griega:
personaje
tal se
llama Prometeo.
Numen de
clase vulgar,
es voz
que ganó renombre
formando
un proyecto de hombre
con barro
de modelar.
A su gusto
concluída
la estatua
para modelo,
cuentan
que robó del cielo
fuego para
darle vida.
Júpiter
con tal motivo,
no muy
grave a la verdad,
hizo una
barbaridad
con el
escultor de vivo.
Clavómele
en un peñón
cual a
milano en pared,
y todo
(!contemple ustéd¡)
por el
robo de un tizón.
Fijo en
solitaria roca
se le ve
representado:
ya nos
le darán pintado
con un
cigarro en la boca.
De la imagen
y del fuego
decir no
se necesita
que es
una invención bonita
de algún
ingenioso griego.
Mas yo,
que lo cierto sé
de unos
documentos raros,
voy, señores,
a trazaros
a Prometeo
cual fue.
Allá
en la primera edad,
que de
todo carecía,
ni encender
lumbre sabía.
la infantil
humanidad.
Prometeo
vio caer
y llamas
alzar un rayo,
y quiso
hacer un ensayo
con medio
de tal poder.
-Quédese,
dijo, por mío
este ser
devorador;
pues que
da tanto calor,
bueno será
contra el frío.
Ya se aviva,
ya desmaya,
según
el palo que muerde:
viene
al seco y deja el verde;
libre
está que se me vaya.
En
ese mismo lugar
asilo
haré vividero.
Prometeo
fue el primero
que
tuvo casa y hogar.
Vinieron
a visitarle,
y
a todos les daba lumbre,
y
estableció la costumbre
de
tener fuego y usarle.
Y entre aquellos Robinsones
de la tierra primitiva,
la necesidad activa
produjo mil invenciones.
Bien pronto, asando la caza,
les confortó el olorcillo;
pronto cocieron ladrillo,
pan, yeso, cántaro y taza.
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Chamuscabánse el pelaje
los hombres en ocasiones,
y a fuerza de quemazones
labraban el maderaje.
Prometeo, que su ardiente
hallazgo aplicaba a todo,
trató de inventar el modo
de llevarlo fácilmente.
Una vez, pues, arrolló,
ni muy fuertes ni muy flojas,
mojándolas unas hojas,
y, secas, las encendió.
. Chupó
el rollo sin desdén
y dijo para su saco:
-Esta planta (era tabaco)
sabe mal, pero arde bien.
Cómodo arbitrio y seguro
me da para mi deseo.
Cate usted a Prometeo
tan jaque fumando puro.
.
Dio el invento a conocer
y lo adoptó el municipio:
el cigarro en su principio
fue mecha para encender.
Sustituto él de la hoguera
con su brasa no costosa,
toda mujer hacedosa
tuvo que ser cigarrera.
Como el fuego, al caminar,
para todo era base,
porque lumbre no faltase,
no cesaban de fumar.
Chupado
con ceño adusto
el
cigarro primerizo,
por
fin el hábito hizo
paladearlo
con gusto.
En esta
disposición,
el dar
en un pedernal
un golpe
fuerte casual
dio pedernal
y eslabón.
Y la llama
gigantesca
del rayo
en árbol copudo,
cualquiera
formarla pudo
con dos
cantos y con yesca
Debió
el cigarro ceder
al
método nuevo: !cá¡
Sin
ser necesario ya,
era
costumbre y placer.
Llevado
en compañia
del
guijarro chispeador,
con
el nuevo encendedor
el
antiguo se encendía.
Y
hoy, desde el suelo andaluz
a
los campos de Guajaca,
los
hombres de la petaca
son
hombres de chispa y luz.
Digan
sabios eminentes
que
tienen ciertos regalos
y
usos, que parecen malos,
muy
buenos antecedentes.
Yo
diré sólo y resumo
que
es ésta, según la leo,
la
historia de Prometeo,
padre
del tabaco de humo.
Varón
famoso, del cual
suban
los puros o bajen,
debe
tener una imagen
cada
estanco nacional.
Sépase
del Nilo al Darro,
del
Plata y Obi al Mondego,
que
al propagador del fuego
se
debe el primer cigarro.
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