Granja Royal. Salón Doré,1923. Barcelona. (L.Roisin Fot.)



Letuario de naranjas

De cómo despertar el amor

         «Pasamos adelante y, en una esquina, por ser de mañana, tomamos dos rajadas de letuario y agua ardiente, de una picarona que nos la dio de gracia, y, después de dar a mi adiestrador el bienvenido, díjome: "Con esto vaya el hombre descuidado de comer hoy, y por lo menos esto no puede faltar". Afligíme yo, considerando que aún teníamos en duda la comida. »

         Según una nota de  la edición de Cecilio Alonso, que utilizo, el dicho letuario era "fruta confitada que se solía tomar como desayuno".

        Casi exacto. Era, en realidad, un dulce compacto hecho generalmente con cortezas de naranja (pero también de melón) y  miel, cuya elahoración requería un proceso largo, complejo y casi alquímico, que tal vez inspirara la hermética descripción de Quevedo.

Esta vez es Diego Granado quien nos da la lección:

        Para hacer letuario de naranjas

        "Parte las cáscaras de las naranjas en cuatro partes y tenlas en agua diez días, y cocerse han cuando esté bien curada el agua, poniéndolas hacia la claridad y, si se traspasan o traslucen y están transparentes, están buenas. Así, sacarlas y enjugarlas muy bien entre dos paños limpios y ponerlas en una caldera, o perol, o cazo y echarles tanta cantidad de miel, que se cubran más de medias. Hiérvelas revolviéndolas y quítalas presto del fuego, porque la miel no se endurezca, o recuezca. Después, déjalas estar así cuatro días. Cada día las has de menear tres veces. Después quitalas y escúrrelas de aquella miel que tienen y échalas de bueno a cocer en la miel que te parezca que basta. Después que hayan cocido por espacio de un Credo, quitalas del fuego y ponlas en vasijas."

         Granado remite aquí a su receta de letuario de melón, de elaboración parecida, y allí vemos que, antes de poner los tajos ya confitados en la vasija, se les añadía abundantes especias, como «pólvora de garrofolí», jengibre, nuez moscada y canela. La sosa se disponía por capas. Capa de corteza de naranja o melón, capa de especias y, finalmente, se recubría con un poco de miel o de azúcar. Al cabo de unos días, la mezcla cuajaba como membrillo y, en efecto, se cortaba en tajadas como las que la picarona de la novela ofreció al Buscón y a su compadre.

         Pero el letuario se tomaba también caliente, en su última fase de elaboración, y antes de ponerlo en vasijas. Formaba entonces una especie de jalea, mermelada o arriope.

         No hay misterio en la palabra: «letuario» es «electuario», y el concepto tiene más que ver con la farmacopea que con la cocina. Pero ya hemos visto que, en aquellos felices tiempos, cocina y medicina estaban mucho más cerca la una de la otra que hoy en día.

         Había numerosos tipos de «letuarios», destinados a curar diversas enfermedades, que recibían distintos nombres. Había, por ejemplo, el «benedicta», o letuario de cardo bendito, el «filonio», a base de adormidera, como el opiata y el jirapliega, que llevaba acíbar.

         Pero fueran cuáles fueran sus ingredientes, siempre había una base común; la miel y el compuesto eran una decocción de esos ingredientes con miel. Por eso, no debe extrañarnos que aparezcan muchos letuarios, o electuarios, en medicaciones destinadas a devolver al miembro viril alicaído su antiguo vigor, ni que aparezcan, en libros de hechizos de la época, numerosas fórmulas de «letuarios de amor».

         Por ejemplo, hay cuatro o cinco electuarios afrodisiacos en el curioso manuscrito, publicado con el título de Speculum al joder, y que sería una traducción al valenciano, efectuada a fines del XIV o principios del XV, de una obra árabe o hebrea.

        Este texto comporta una larguísima lista de alimentos, plantas, hierbas y especias a las que se atribuye, según la teoría cuaternaria, un valor afrodisiaco o antiafrodisiaco. De hecho, todos los manjares y condimentos utilizados en la época son considerados desde este interesante ángulo.

        En La miel y las cenizas, Claude Lévy-Strauss ha reunido gran cantidad de mitos primitivos en los que se da al producto de las abejas la misma virtud erotizante.

         Probablemente, tanto en los mitos más antiguos como en la farmacopea medieval, o en los actuales y absurdos libros de «cocina afrodisiaca», lo que trabaja de verdad es la imaginación, pero también es cierto que, tanto en cocina como en cuestiones de sexo, lo fundamental es la imaginación.

         Por eso, precisamente la relación entre la ali mentación y la sexualidad es a la vez tan antigua y tan importante. No solamente, por supuesto, en los aspectos biológicos, o físicos, sino también, y quizás sobre todo, desde el ángulo del estudio de los comportamientos individuales y sociales.

         Algunas etimologías derivan la palabra «electuario» del latín legere, leer. Podría también venir, en sus formas más antiguas como letuario, de electro, palabra griega poco usada en castellano, salvo en farmacopea y, como tal, recogida por Laguna, que significa «ámbas amarilo», material muy utilizado, como el ámbar gris, en calidad de afrodisiaco.

         El Speculum al joder recomienda a los de «cuerpos fuertes y húmedos», «electuarios calientes en los que haya jengibre, canela y cosas parecidas, y vino fuerte». También recomienda como «medicina que aumenta mucho el joder», el «electuario de abrojos» que se hace con abrojos secos machacados, jugo de abrojos verdes, collejas pulverizadas, saxifraga, jengibre y, claro está, miel.

         En fin, por si a alguien le hace falta, apuntemos que Messegué, el famoso herborista francés, no utiliza ninguna de las plantas de ese electuario para devolver la virilidad a la verga, sino que se fía de la celidonia, la branca ursina bastarda, y la ajedrea, la que atribuye poderes extraordinarios. Nuestro Pío Font Quer, que es un auténtico sabio y no un charlatán, la califica simplemente de «estimulante, tónica y aperitiva» y la aconseja como tisana digestiva, al mismo tiempo que recuerda que es el aliño normal de las aceitunas desde Murcia hasta Cataluña, pasando por Valencia.

         Granado emplea en sus letuarios de naranja, o de melón, numerosas especies de las que el siglo consideraba afrodisiacas, como jengibre, nuez moscada, canela y polvo de garrofolí, que supongo que debe ser algarroba (en catalán, garrofa y garrofí).

         Marcel Détienne, en Les jardins d'Adonís, estableció muy inteligentes relaciones entre el valor afrodisiaco atribuido a determinadas plantas (Menta, Frigola, etc.) y los mitos dionisíacos. Y, en efecto, conviene recurrir a este tipo de investigaciones para encontrar la razón perdida de todas estas creencias.

         Observemos que al Buscón, quien le ofrece el letuario, y gratis, es una «picarona» que callejea. La dama está en una esquina, y acompaña el regalo de una copa de aguardiente, cosas que en ningún caso hacía en aquella época una señorita virtuosa. ¿Significaba la invitación a letuario otra, más comercial, al ejercicio de los poderes que se suponía que podía dar?

  Xavier Domingo
 La Mesa del Buscón
 En homenaje a Don Francisco de Quevedo y Villegas con ocasión de su centenario
 Barcelona, Tusquets Editores,1981