Huertanos de Murcia (Fot.Laurent,Madrid) Ap.1904

Juan de Dios el de los romances

Mi padre fué tan aficionado a papeles, que se hizo vendedor de romances, oraciones y estampas de santos.
      Yo recuerdo a mi padre y me veo en él: mi padre leía a Víctor Hugo, comentaba con entusiasmo la revolución francesa y por Navidad cantaba villancicos en la iglesia de nuestra aldea.
      Yo acompañaba a mi padre en sus correrías por los pueblos a vender calendarios zaragozanos y romances. Ibamos, a pié, desde Archena. a Mula, Bullas, Cehegín, Caravaca, y Moratalla...
      Eran siempre en invierno tales correrías. llegábamos al anochecer a la posada. Comíamos un caldo de bacalao al calor del gran hogar. Mi padre hablaba con los arrieros: ya lo conocían, era bastante popular.
      -Juan dle Dios, léenos algo.
      Mi padre leía muy bien: tenia una  voz clara y fresca. Y se ponía a leer, al  gran fuego de sarmientos o de ramuja de olivo, sentado entre los arrieros, aquellos romances que vendíamos a  dos cuartos el pliego. De estos romances hoy releo algunos en el tomo Nº 158 de la Biblioteca Universal: "Santa  Genoveva", "Francisco Estéban e1 Guapo", "Lisardo el Estudiante","Los nombres, costumbres y propiedades de las señoras mujeres" y otros, hacían las delicías del rústico auditorio. Al terminar la 1ectura siempre vendíamos algunos romances.
     Esta lectura en público facilitaba mucho la venta y era el gran recurso de mi padre en la plaza del pueblo a la hora de1 mercado.
     Poníamos nuestro puesto. Con clavos y cuerdas y unos pedacitos de caña  que hacían de pinzas, colgábamos en una pared  los romances y estampas. Yo, que entonces tenía de 11 a 12 años, guardaba el puesto mientras mi padre iba por el almuerzo: era. generalmente, sardina fresca frita muy caliente y pan tierno. Hacía mucho frio y entrábamos en calor acompañándonos también de algún buen trago de vino.
      Entonces mi padre decía a los rústicos que formaban corro frente a nuestros papeles:
      -Caballeros, tengo el legítimo calendario zaragozano, tengo historias, romances y oraciones : "Blanca flor", "Diego Corrientes", "Los doce pares de Francia"... Voy a leerles el romance del "Maldito dinero".
     Y leía:
          Por ti, dinero, hay ladrones,
          trampitas y matuteros,
          cuadrillas de bandoleros,
          alcahuetas y soplones.
          .............................
          .............................

          ¡Oh, dinero, cuánto vales,
          quién te supiera guardar,
          porque al rico lo enalteces
          y al pobre lo abates más!

     Luego leía alborozando el corro y atrayendo a las lugareñas  "Los nombres, costumbres y propiedades de las señoras mujeres". Con este motivo los hombres y las mujeres se decían chilindrinas y soltalban risotadas. Leía también "Las ligas de mi morena", que amenizaban los mozos con algunas burradas. Finalmente los hombres compraban calendarios e historias de valentías, y las mujeres trovos amorosos, oraciones y estampas.
     Nuestra vida era muy humilde. No siempre podíamos tomar en las posadas un cuarto con una cama que costaba una peseta. Dormíamos en los pajares. En Mula una noche, estaba tan llena la posada, pajar y todo, que tuvimos que dormir al raso debajo de una descubierta porchada sobre un aparejo, jarma y demás, que nos prestó un arriero. Nuestros paquetes de romances nos servían de almohada A media noche yo me desperté titiritando, había caído un escarchazo terrible y mi padre, bueno  y amantísímo, quedándose sin abrigo me tapaba con toda la manta y se apretaba a mí dándome su calor . . . Y decía a mi protesta porque me daba toda la manta: "Yo el frío lo siento solo en ti, pobretico".
    Por cierto que la manta, mojada por la escarcha y tiesa por la helada cruel, parecía el vidrio de los charcos helados y crugía al doblarse como si se quebrara. . . Yo me arrebujé apretado a mi padre, y recuerdo muy bien que, durante un rato largo, miré con abiertos ojos, aquel cielo impasible, cuajado de divinas estrellas, que a nosotros y a tantos pobres nos fustigaba ¡verdugo! con el implacable látigo del frío.
    En un viaje a Moratalla hicimos a pié una jornada de más de ocho leguas: íbamos cansadísimos, lloviznaba, se nos hizo noche por caminos desconocidos, ladraban furiosamamente en los cortijos los rabiosos mastines... Yo no podía más y me iba quedando a la zaga. Mi padre se  echó a cuestas mi mantita con e1 paquetíto que yo llevaba, para aligerarme de peso, y me animó con dulces palabras: "Anda,  ya falta poco. Aquellas son las luces de Moratalla". Efectivamente se veían las luces del pueblo en la altura de un cerro. Pero, como en el cuento de "irás y no volverás" se veía aquella lucecita pero no se llegaba nunca. Mí padre apretaba  el paso y yo me seguía rezagando. Por fin me dijo que me tomaría en brazos. ¡Pobre padre! Yo no quise y saqué fuerzas de flaqueza. ¡Pero qué dolor de piés! La llovízna arreciaba y era muy helada. Era una lluvia de saetas que herían . . .punzaban y cortaban.. . Mi padre dijo: "Esto es nieve". Lo era porque las sierras cercanas las vimos por el dia blancas las cumbres.
    Al cabo llegamos despeados a Moratalla y  en la posada mi padre pidió un cuarto con cama. "¡ No faltaba más! -decía- Mañana con la venta nos resarciremos: este es un pueblo rico''. No resultó así. pues al día síguiente no vendimos ni una estampa. Yo delante de nuestro puesto almorcé pan e higos secos, y los chicos que se acercaban cogían del suelo los pedacitos  y pezones que yo despreciaba, y se los comían. Muchas pobres gentes roían los tronchos de las coles tirados a la basura. "¡Vámonos cuanto antes, me horroriza ésto!" -dijo mí padre.
    El día era hermoso y despejado aunque intensamente frio... Y, ya por las cañadas de Moratalla camino de Caravaca, y habiendo entrado en calor con la caminata cuesta abajo, mi padre decía:
   -Menos mal que hace sol, sinó desdichados de los pobres.
    Yo recuerdo a mi padre y me veo en  él:
    Los pobres, los débiles, el frío, las obras de Antonio de Trueba que fueron la biblia de nuestra casa, los romances populares que a mí me hicieron poeta y que nos dieron el pan del invierno...
    Cuando de estas correrías llegábamos a casa, mi padre le decía casi siempre a mi madre:
    -Mal que bien, traemos para comprar una saca de harina : ¡el pan de mis hijos!
    Mi compañera que duerme el dulce sueño debajo de unas flores, ya cinco años, conocía mucho a Juan de Dios el de los romances. Mi Compañera decía: "No hay hombre más bueno que mi suegro".  Y es que él fué siempre bueno para ella y para todos. Ella también fué de lo bueno que hay.  Todo lo bueno se lo lleva Dios. Por eso tan pronto, a Juan de Dios el de los romances y a la Compañera, Dios se los llevó a su lado.

Vicente Medina
 (Patria chica)
Rosaario de Santa Fé (República Argentina), 1920