¡Oh, dinero, cuánto vales,
quién te supiera guardar,
porque al rico lo enalteces
y al pobre lo abates más!
Luego leía alborozando el corro y atrayendo a las
lugareñas
"Los nombres, costumbres y propiedades de las señoras mujeres".
Con este motivo los hombres y las mujeres se decían chilindrinas
y soltalban risotadas. Leía también "Las ligas de mi
morena",
que amenizaban los mozos con algunas burradas. Finalmente los hombres
compraban
calendarios e historias de valentías, y las mujeres trovos
amorosos,
oraciones y estampas.
Nuestra vida era muy humilde. No siempre podíamos tomar en las
posadas
un cuarto con una cama que costaba una peseta. Dormíamos en los
pajares. En Mula una noche, estaba tan llena la posada, pajar y todo,
que
tuvimos que dormir al raso debajo de una descubierta porchada sobre un
aparejo, jarma y demás, que nos prestó un arriero.
Nuestros
paquetes de romances nos servían de almohada A media noche yo me
desperté titiritando, había caído un escarchazo
terrible
y mi padre, bueno y amantísímo, quedándose
sin
abrigo me tapaba con toda la manta y se apretaba a mí
dándome
su calor . . . Y decía a mi protesta porque me daba toda la
manta:
"Yo el frío lo siento solo en ti, pobretico".
Por
cierto que la manta, mojada por la escarcha y tiesa por la helada
cruel,
parecía el vidrio de los charcos helados y crugía al
doblarse
como si se quebrara. . . Yo me arrebujé apretado a mi padre, y
recuerdo
muy bien que, durante un rato largo, miré con abiertos ojos,
aquel
cielo impasible, cuajado de divinas estrellas, que a nosotros y a
tantos
pobres nos fustigaba ¡verdugo! con el implacable látigo
del
frío.
En
un viaje a Moratalla hicimos a pié una jornada de más de
ocho leguas: íbamos cansadísimos, lloviznaba, se nos hizo
noche por caminos desconocidos, ladraban furiosamamente en los cortijos
los rabiosos mastines... Yo no podía más y me iba
quedando
a la zaga. Mi padre se echó a cuestas mi mantita con e1
paquetíto
que yo llevaba, para aligerarme de peso, y me animó con dulces
palabras:
"Anda, ya falta poco. Aquellas son las luces de Moratalla".
Efectivamente
se veían las luces del pueblo en la altura de un cerro. Pero,
como
en el cuento de "irás y no volverás" se
veía
aquella lucecita pero no se llegaba nunca. Mí padre
apretaba
el paso y yo me seguía rezagando. Por fin me dijo que me
tomaría
en brazos. ¡Pobre padre! Yo no quise y saqué fuerzas de
flaqueza.
¡Pero qué dolor de piés! La llovízna
arreciaba
y era muy helada. Era una lluvia de saetas que herían . .
.punzaban
y cortaban.. . Mi padre dijo: "Esto es nieve". Lo era porque las
sierras
cercanas las vimos por el dia blancas las cumbres.
Al
cabo llegamos despeados a Moratalla y en la posada mi padre
pidió
un cuarto con cama. "¡ No faltaba más! -decía-
Mañana
con la venta nos resarciremos: este es un pueblo rico''. No
resultó
así. pues al día síguiente no vendimos ni una
estampa.
Yo delante de nuestro puesto almorcé pan e higos secos, y los
chicos
que se acercaban cogían del suelo los pedacitos y pezones
que yo despreciaba, y se los comían. Muchas pobres gentes
roían
los tronchos de las coles tirados a la basura. "¡Vámonos
cuanto
antes, me horroriza ésto!" -dijo mí padre.
El
día era hermoso y despejado aunque intensamente frio... Y, ya
por
las cañadas de Moratalla camino de Caravaca, y habiendo entrado
en calor con la caminata cuesta abajo, mi padre decía:
-Menos mal
que hace sol, sinó desdichados de los pobres.
Yo
recuerdo a mi padre y me veo en él:
Los
pobres, los débiles, el frío, las obras de Antonio de
Trueba
que fueron la biblia de nuestra casa, los romances populares que a
mí
me hicieron poeta y que nos dieron el pan del invierno...
Cuando
de estas correrías llegábamos a casa, mi padre le
decía
casi siempre a mi madre:
-Mal
que bien, traemos para comprar una saca de harina : ¡el pan de
mis
hijos!
Mi
compañera que duerme el dulce sueño debajo de unas
flores,
ya cinco años, conocía mucho a Juan de Dios el de los
romances.
Mi Compañera decía: "No hay hombre más bueno que
mi
suegro". Y es que él fué siempre bueno para ella y
para todos. Ella también fué de lo bueno que hay.
Todo
lo bueno se lo lleva Dios. Por eso tan pronto, a Juan de Dios el de los
romances y a la Compañera, Dios se los llevó a su lado.
Vicente
Medina
(Patria
chica)
Rosaario de
Santa Fé (República Argentina), 1920