Codornices a la Villapaterna
En el salón de conferencias del Congreso, de cuándo en cuándo -no muy a menudo- se habla de asuntos serios, y una tarde oí a un amigo mio, de linajuda estirpe, una fórmula culinaria suya propia, que transmitía a varios diputados rurales, que le escuchaban con la boca y el estómago abiertos.
Se trataba nada menos, de un nuevo condimento para la codorniz sencilla.
Se despluma, vacía y limpia muy bien el pájaro, decía el orador. Se ligan y embridan sus patas y aloncillos y se le introduce en el cuerpo una trufa como una avellana, envuelta en buena manteca de vacas de Isigny y del volumen de una ciruela.
Se sazona por dentro con sal, un punto de pimienta a gusto del comensal, y con un migajón de pan se cierra el orificio.
Hecho esto, se albarda totalmente la codorniz con una hoja muy delgada de tocino fresco, y se coloca el pájaro, así preparado, en una tartera con tapadera de cierre hermético.
Se cuece durante una hora al baño maria, y se sirve sobre un picatoste como plato de almuerzo.
Esta es la fórmula que deben ensayar mis lectores cuando hay codornices, y que deberán a la amabilidad del señor conde de Villapaterna, que es el autor y el amigo ilustre aludido.
Ahora el que quiera comer codornices que, una vez guisadas, no se sepa lo que es, que las condimente según tanta fórmula rebuscada como hay en la alta cocina para disfrazar los manjares y hacerlos perder su propio sabor.
La codorniz con arroz, con judías verdes de Gandía y con pimientos y tomates, son platos diarios de nuestra gente del campo en Valencia, Rioja, Navarra y Aragón, y huelgan sus fórmulas.

Angel Muro
El Practicón
Tratado completo de cocina al alcance de todos y aprovechamiento de sobras.
Madrid,1893