Casino de La Rabassada. Barcelona. Salón de banquetes. (L.Roisin. Fot.)

Origen del cigarro


   Fuman el indio y el charro,
   Gil Blas y el conde de Cabra,
   y no se dicen palabra
   del origen del cigarro.

   Mujer, empero, y varón
   habrán en pintura visto
   un hombre que baja listo
   del cielo con un hachón.

   No le representan feo,
   no lleva casi ropaje,
   moda griega: personaje
   tal se llama Prometeo.

   Numen de clase vulgar,
   es voz que ganó renombre
   formando un proyecto de hombre
   con barro de modelar.

   A su gusto concluída
   la estatua para modelo,
   cuentan que robó del cielo
   fuego para darle vida.

   Júpiter con tal motivo,
   no muy grave a la verdad,
   hizo una barbaridad
   con el escultor de vivo.

   Clavómele en un peñón
   cual a milano en pared,
   y todo (!contemple ustéd¡)
   por el robo de un tizón.

   Fijo en solitaria roca
   se le ve representado:
   ya nos le darán pintado
   con un cigarro en la boca.

   De la imagen y del fuego
   decir no se necesita
   que es una invención bonita
   de algún ingenioso griego.

   Mas yo, que lo cierto sé
   de unos documentos raros,
   voy, señores, a trazaros
   a Prometeo cual fue.

   Allá en la primera edad,
   que de todo carecía,
   ni encender lumbre sabía.
   la infantil humanidad.

   Prometeo vio caer
   y llamas alzar un rayo,
   y quiso hacer un ensayo
   con medio de tal poder.

   -Quédese, dijo, por mío
   este ser devorador;
   pues que da tanto calor,
   bueno será contra el frío.

   Ya se aviva, ya desmaya,
    según el palo que muerde:
    viene al seco y deja el verde;
    libre está que se me vaya.

    En ese mismo lugar
    asilo haré vividero.
    Prometeo fue el primero
    que tuvo casa y hogar.

    Vinieron a visitarle,
    y a todos les daba lumbre,
    y estableció la costumbre
    de tener fuego y usarle.

     Y entre aquellos Robinsones
     de la tierra primitiva,
     la necesidad activa
     produjo mil invenciones.

     Bien pronto, asando la caza,
     les confortó el olorcillo;
     pronto cocieron ladrillo,
     pan, yeso, cántaro y taza.
 

 

     Chamuscabánse el pelaje
     los hombres en ocasiones,
     y a fuerza de quemazones
     labraban el maderaje.

     Prometeo, que su ardiente
     hallazgo aplicaba a todo,
     trató de inventar el modo
     de llevarlo fácilmente.

     Una vez, pues, arrolló,
     ni muy fuertes ni muy flojas,
     mojándolas unas hojas,
     y, secas, las encendió.

.    Chupó el rollo sin desdén
     y dijo para su saco:
     -Esta planta (era tabaco)
     sabe mal, pero arde bien.

     Cómodo arbitrio y seguro
     me da para mi deseo.
     Cate usted a Prometeo
     tan jaque fumando puro.
                                      .
     Dio el invento a conocer
     y lo adoptó el municipio:
     el cigarro en su principio
     fue mecha para encender.

     Sustituto él de la hoguera
     con su brasa no costosa,
     toda mujer hacedosa
     tuvo que ser cigarrera.

     Como el fuego, al caminar,
     para todo era base,
     porque lumbre no faltase,
     no cesaban de fumar.

    Chupado con ceño adusto
    el cigarro primerizo,
    por fin el hábito hizo
    paladearlo con gusto.

   En esta disposición,
   el dar en un pedernal
   un golpe fuerte casual
   dio pedernal y eslabón.

   Y la llama gigantesca
   del rayo en árbol copudo,
   cualquiera formarla pudo
   con dos cantos y con yesca

    Debió el cigarro ceder
    al método nuevo: !cá¡
    Sin ser necesario ya,
    era costumbre y placer.

    Llevado en compañia
    del guijarro chispeador,
    con el nuevo encendedor
    el antiguo se encendía.

    Y hoy, desde el suelo andaluz
    a los campos de Guajaca,
    los hombres de la petaca
    son hombres de chispa y luz.

    Digan sabios eminentes
    que tienen ciertos regalos
    y usos, que parecen malos,
    muy buenos antecedentes.

    Yo diré sólo y resumo
    que es ésta, según la leo,
    la historia de Prometeo,
    padre del tabaco de humo.

    Varón famoso, del cual
    suban los puros o bajen,
    debe tener una imagen
    cada estanco nacional.

    Sépase del Nilo al Darro,
    del Plata y Obi al Mondego,
    que al propagador del fuego
    se debe el primer cigarro.
 

Juan E. Hartzenbusch